Sobre la responsabilidad de lo que decimos
Expresarnos con libertad es un derecho adquirido en un sistema democrático, no cuestionado y, a veces, infravalorado. La libertad de expresión no pasa porque yo pueda en cada momento decir lo que pienso, si eso que pienso agrede a la persona que tengo en frente. En el momento en que mi opinión se transforma en agresión la libertad se ha quedado en algún momento del proceso; rezagada por la vergüenza de observarse manipulada para insistir en el mantenimiento de una sociedad desigual, discriminatoria e irrespetuosa.
La tolerancia deja de ser cuando el respeto no la guía. El respeto no tiene espacio cuando a la humildad se le castiga a no presentarse. La humildad…sin ella nos perdemos como seres sociales y nos convertimos en individualistas que hacen uso de su ignorancia para atreverse a cuestionar aquello que desconocen; a juzgar a quienes consideran distintos; y a invalidar la pluralidad de ideas, personas…almas.
Sentenciamos cuestiones complejas con argumentaciones simplistas.
Dejamos de ser porque nos falta humildad y no dejamos ser porque nos falta razón.
Cada día me reitero en la necesidad de escuchar y escucharnos; de aceptar a los demás y de aceptarnos; de reconocer y de reconocernos; para vivir en consonancia con un mundo donde la mezcla es sinónimo de riqueza (espiritual e intelectual).
Y también, cada día, me reitero en la obligación moral de denunciar las injusticias del lenguaje; esas que pasan desapercibidas pero que surgen en conversaciones anecdóticas donde sentenciamos, juzgamos y nos reímos con sorna de quienes, simplemente, son diferentes a nosotros/as.